No me gusta la Navidad, y no porque sea el Grinch (aunque le tengo envidia por lo cómodo que se ve en pijama todo el día), sino porque parece una competencia para ver quién puede llenar más rápido su casa de luces que ciegan hasta a los satélites. Además, ¿por qué tengo que fingir que disfruto el turrón duro, que es básicamente un ladrillo disfrazado de dulce? Ni hablar de los villancicos: ¿realmente alguien puede escuchar «Campana sobre campana» por décima vez sin empezar a considerar el exilio? Y el colmo: todo ese espíritu navideño que mágicamente desaparece el 7 de enero, cuando volvemos a empujar en las colas del supermercado como si nunca hubiéramos cantado «Noche de Paz».
Para mí, lo más bonito de la Navidad son mis nietos, aunque disfruto de ellos todo el año.
NO ME GUSTA LA NAVIDAD
No me gusta la navidad,
hace tiempo que dejó de gustarme.
Muchos preceptos impuestos,
demasiada falsedad en el aire.
Yo no creo que la gente
se quiera más
porque se felicite en navidad,
tienen todo el año para hacerlo de verdad.
Me veo en la obligación
de contestar frases hechas,
como un mantra
que todo el mundo suelta.
No me gusta el lío de tantos regalos,
consumismo extremo
que atiborran las casas
de enseres innecesarios.
Papá Noel para los niños
y también los Reyes Magos,
pero todo con cordura
si no queremos niños tiranos.
Todas las navidades
desde hace 41 años
me ocupo de todo:
la cena de nochebuena,
la comida de navidad,
que la casa esté limpia y acogedora;
no tengo tiempo para otras cosas.
Podemos ser diez, doce,…
El número no me preocupa,
cuando me pongo a cocinar
solo tengo que calcular a ojo de buen cubero,
estoy acostumbrada a grandes pucheros.
Son mis nietos los que me inspiran,
¡seis!, ¿no es una maravilla?
Ellos son mi navidad,
pero no solo en estos días.
Te cuento todo esto
por si me escribes y no contesto.
No es que me haya venido arriba
solo es falta de ganas y de tiempo.
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