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Escribir no es solo un acto de inspiración. Es un oficio, una forma de vida que se construye entre el entusiasmo y la rutina, entre la chispa creativa y el esfuerzo diario. Desde pequeña, supe que las palabras serían mi refugio, mi manera de entender el mundo. Sin embargo, con los años he descubierto que escribir también es enfrentarse a uno mismo, a los miedos, a la página en blanco y, sobre todo, a la disciplina.

La inspiración no basta

Muchos creen que escribir es un acto de pura iluminación: una musa que susurra ideas al oído, una explosión de creatividad que da forma a historias perfectas en la primera versión. Pero los que nos dedicamos a esto sabemos que la realidad es bien distinta. La inspiración es caprichosa, aparece y desaparece sin previo aviso, y si uno la espera sentado, puede pasar la vida entera sin escribir una sola línea.

La clave está en el hábito. Yo me obligo a escribir todos los días, aunque sea un párrafo, aunque no me guste el resultado. Como decía Picasso, “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.

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La relación amor-odio con escribir

No voy a mentir: hay días en los que odio escribir. Días en los que cada frase me parece torpe, en los que dudo de mi talento, en los que la inseguridad me susurra al oído que lo deje. Pero también hay momentos mágicos en los que las palabras fluyen, en los que el mundo desaparece y solo existo yo y mi historia.

Escribir es un constante vaivén entre la frustración y el éxtasis. Y, sin embargo, sigo aquí. Porque, pese a todo, no concibo mi vida sin este oficio.

El miedo a no ser leída

Toda escritora, en algún punto de su camino, se enfrenta al miedo de no ser leída. A la incertidumbre de si su historia interesará a alguien, si llegará a tocar el alma de otra persona. Pero con el tiempo he aprendido que, antes que escribir para los demás, debo escribir para mí. Para contar las historias que me inquietan, que me emocionan, que necesito sacar de dentro.

Si después alguien las lee y se reconoce en ellas, si una sola persona encuentra en mis palabras un reflejo de su propia vida, entonces habrá valido la pena.

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Escribir como forma de resistencia

En un mundo acelerado, donde todo se consume rápido, escribir es un acto de resistencia. Es detenerse, observar, reflexionar. Es buscar la belleza en lo cotidiano, en lo pequeño. Es una forma de dejar huella, de decir: yo estuve aquí, esto sentí, esto pensé.

Y por eso, aunque a veces duela, aunque a veces dude, seguiré escribiendo. Porque no sé vivir de otra manera.

¿Qué significa para ti la escritura? ¿También has sentido esa mezcla de amor y desesperación al enfrentarte a una página en blanco? Cuéntamelo en los comentarios. Me encantará leerte.

Julia Cortés Palma

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